jueves, 24 de julio de 2008

Sin explicación

El sonido vació del timbre retumbando en mis oídos, indican a mi cuerpo levantarse con esa calma molesta que me caracteriza en plenas horas de la madrugada. Todavía estaba presente el recuerdo placentero del café y cigarrillo en el balcón antes de dormir.
Mi ojos marchitos, mis pestañas eternas logran un cosquilleo en mi piel que siempre logra hacerme sonreír, parece un sueño que a las dos de la madrugada alguien interrumpa mi privacidad, mi mundo secreto y mi alma de nadie.
Ordeno a mis piernas presas del frió de esta estación a extenderse por el piso oscuro de la casa. Mi mano es victima de los cortes que le siguen en el antebrazo, algunos cicatrizados y distantes como el tiempo desprotegido, veloz que nos hace hoy mirarnos al espejo y no encontrar similitud con lo que fuimos años atrás. Otros están en carne viva, puedo visualizar las capas de mi piel, el reproche resignado de la sangre que resurge sin deseos.
Giro la llave, dos vueltas. Las cosas no cambian, eso sigue siendo igual que cuando te dormías en casa abrazándome.
Te veo, te siento frente mió y sin embargo no te reconozco. Tu piel esta dibujada por algunas arrugas que te sientan seductoras, que me hacen no olvidar que mi tiempo también pasó.
Te observo sorprendida, molesta por tu piel cerca mió. Comprendo cuan distintas son las mismas situaciones según los momentos, antes esta visita me hubiera llevado a tus brazos como un cause natural.
-¿No me vas a saludar?-me preguntas con un cigarrillo en la mano.
-¿Te parece que no es suficiente que a las dos de la mañana te atienda y además te escuche? No pidas mas- digo quitándote el cigarrillo, haciéndolo de mi propiedad.
Tomo tu mano, tu rostro se fija en las líneas profundas que la gillette agrega a mis pocos encantos.
Mi adormecido cuerpo parece haber logrado desprenderse de la cama, y comienza a sentir el frió hiriente que invade las paredes.
Camino hasta la cocina sin hablarte. Vos me seguís porque desde hace tiempo que te perdiste sin mi. Me acerco a tu cuello, me alejo de tu corazón, tenes olor a alcohol, tenes olor a costumbre.
Te miro enfadada asumiendo que los viejos tiempos en donde las drogas y las bebidas te llevaban a la locura, conmigo y sin mí no son tan nostálgicos. No te reclamo, esto es lo que sos, todo lo que sos y lo poco que queda de vos.
Sirvo el café, nos sentamos en el sillón que adapta la forma perfecta de nuestros cuerpos.
Te detienes, me observas sin importante que siempre me incomodo que fijaras tu mirada en mi cuerpo. Tu boca me dice temblando:
-¿Nos fugamos a la playa…?-
El reloj marca las 2.25, y ya me olvide de que alguna vez había deseado dormir.
Un bolso, algunos cambios de ropa y esas cosas que llevo por capricho y no por necesidad.
Me acerco a tu boca, mis labios te acarician. Recojo mi pelo, comienzo a bajar la escalera. Estas desconcertado, intentando descifrar quien es la que en tan solo segundos subirá a tu auto y anestesiara su alma.
-¿Me podes explicar que queres hacer?-preguntas.
-Te respondí hace tiempo, pero nunca lo notaste. Te respondo en cada paso. Te respondí al abrirte la puerta y no cerrarte mi presencia en tu cara. No preguntes tanto.
Viajamos cuatro horas, entre mates, cigarrillos y tu música preferida. Recorrimos cuatrocientos kilómetros, veinte besos, risas que se perdieron por las ventanas.
Llegamos a la ciudad que mas sabe de nuestra historia. Me es inevitable no recordar en la piel, en el latido desesperado y el brillo de mis ojos la primera vez que fui mujer a tu lado en la misma arena que ahora pisamos, en el mismo mar que ahora sentimos, con la misma luna y las estrellas a nuestros pies.
Nuestros ojos ciegos caminan las calles de piedra abandonas por el invierno, que resucitan al caer el verano.
El aire tiene la fragancia más esplendida que puede ilusionar mis sentidos.
Parece increíble, que estemos juntos sin estarlo en el lugar donde nos juramos no separarnos jamás, donde entre voz dulce proyectábamos un futuro.
El mar sigue igual de hermoso, yo con varios kilos menos, con varias perdidas en mi bolsillo, vos con la mitad de tus neuronas consumidas y ese misterio sin igual que te caracteriza.
La playa ya no es testigo de promesas falsas, nuestras bocas ya no pronuncian mentiras. Solo queremos disfrutar de estos días, de este paisaje, de noches de pasión y días de caminatas por un suelo suave pero tan firme como lo que nunca vivimos.

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