martes, 29 de julio de 2008

Dejarte ir...

Sin pensarlo en un día de verano, con el sol naciendo sobre el mar, la brisa cálida perfumando el roce de mí pelo nos cruzamos por esas causalidades que tiene nuestro destino.
Tus ojos claros se mezclaron con mis lágrimas negras, me miraste fijamente mientras la marea se hacia dueña de nuestros sueños, esos sueños que los fracasos tiñeron de distantes quitándonos la ilusión.
Curaste mis ojos con el roce de tus labios, tomaste mis manos rescatando la sangre que parecía no querer parar, nutriste mi cuerpo con desayunos cada mañana, engorde seis kilos a tu lado, seis kilos que me llenaron de sonrisas, de miradas cómplices, de entregas infinitas.
Pasábamos tardes caminando por la playa, hablando horas en silencio, celándonos sin razones, queriéndonos sin prejuicios.
Nuestro pasado ya no importaba, al fin y al cabo nuestra historia era lo que hoy nos hacia encontrarnos, reconocernos, sin promesas falsas ni mentiras amargas en los labios.
Un total de quince días en donde mi piel se acostumbro a tu fragancia, donde mi cuerpo parecía revivir, donde mis brazos no eran clavados de la gillette, donde respirar no dolía.
Pero aquel domingo por la noche, con la luna sobre nuestros ojos, la oscuridad no solo se apodero de la ciudad sino de mi alma, los fantasmas regresaban en carne viva, me abrazaban, me hablan al oído, las imagines se proyectaban una y otra ves sobre el mar que se pintaba de un rojo sangre.
De pronto algo se resquebrajo dentro mió, lleve mis manos al corazón y pude sentir como este paraba de latir, como las fibras del amnios se desgarraban brutalmente, golpee mi tórax con violencia intentando abolir al destino. Me miraste con un brillo incierto, repleto de incertidumbre.
Mis piernas temblaban, mi sangre era veneno por las venas, mi cabeza estallaba, me aleje de tu lado mientras mis labios te susurraban esas palabras que dije y no sentí.

-Olvídate de todo, porque para mi nunca exististe-

Camine metros, kilómetros sobre una arena fría, hiriente. Podía sentir tu llamado, podía sentir tu amor en cada célula de mi cuerpo y sin embargo me sentía sin vida.
Y hoy vida mía tengo que decirte que quien te hablo aquel día con aquella mirada cruel, con esa alma helada no era yo sino el dominio que se apoderaba de mí, que una ves mas no me dejo ser feliz.

1 comentario:

Eliana Crespin Ross dijo...

No termino de entender. Primero pensé que hablabas del muchacho de la plaza... pero ahorame desconcierta :s
hace mucho que no hablamos..u.u y algo me hace sentir que me evitas..u.u pero bueno, veo que tu vida todos los días tiene unahistória distinta que porlomenos me deja tranquila poder leerla.. el dia que no lo haga mas va a ser lo preocupante
un beso mujer!